Conversamos con el reconocido investigador brasileño Antonio Donato Nobre, del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE), sobre la situación de la deforestación en la Amazonía y los mecanismos espectaculares y poderosos que tiene el bosque.
¿Cuál es la situación de la deforestación en la Amazonía?
Es muy grave. Brasil ha desarrollado un sistema de monitoreo satelital y tiene uno también para la Pan-Amazonía, que incluye todos los países de América Latina. Sólo en Brasil la deforestación de corte al ras ha llegado 763.000 mil km2, lo que equivale a 184 millones de canchas de fútbol, o a dos veces la superficie de Alemania, o 60% del área del Perú. Pero eso sólo es corte al ras, que es la parte más visible, no es la parte más afectada del total. Hay una forma de deforestación que se llama degradación que comienza con los madereros que quitan primero los arboles grandes, luego ponen ganado y algunos arboles para engañar el satélite. Esas son las llamadas zonas degradadas.
Sumadas la deforestación y la degradación del bosque, la destrucción alcanza más de 2 062 millones de kilómetros cuadrados. Una área gigantesca.
Toda esa degradación ha pasado de manera invisible. Los anuncios oficiales, que se son las tasas anuales representan menos del 20% del área total que está impactada. Y estos son valores que son manipulados políticamente.
El problema con la tasa anual es que se vuelve más importante que el área total acumulada. Es un sistema que mantiene a la humanidad anestesiada. Las personas no tienen noción de la gravedad, y la gravedad es acumulativa, es como una deuda financiera.
¿Cuáles son los principales impactos de la deforestación?
Los árboles son trabajadores climáticos. Para el clima lo que importa es cada árbol que se pierde en la amazonia, cada árbol significa un servicio menos.
La amazonia tiene mecanismos espectaculares y poderosos para producir un clima que le favorezca. Es un sistema único en el planeta: exporta humedad, a través de ‘ríos voladores de vapor’ de agua, que son corrientes de humedad que el bosque coloca en la atmósfera, llevando lluvias al sureste, el centro-oeste y el sur de Brasil, y también a otras regiones de Bolivia, Paraguay, Argentina, a miles de kilómetros.
El río amazonas es como un corazón, bombea agua de los mares a través de él, y hasta a la atmósfera a través de 600 mil millones de árboles, que actúan como pulmones.
El problema es que estamos destruyendo la fuente de esos ‘ríos voladores’. Estamos destruyendo el bosque y eso consecuentemente afecta a las poblaciones y al sistema económico y productivo de esas regiones.
Los pueblos indígenas lo sabían desde siempre. Nosotros hemos tenido la necesidad de destruir para comprender después lo que habíamos perdido. Mientras que los pueblos nativos ya sabían la importancia de la Amazonía. David Yanomamim, un sabio del Pueblo Yanomami, dijo “Será que el hombre blanco no sabe que si deforesta cesa la lluvia y si cesa la lluvia no tendrá que comer, ni que beber”. Nosotros en la ciencia hemos tenido que estudiar por décadas para descubrir la misma verdad.
Toda esa destrucción no tiene una justificación económica, es un proceso de apropiación por grupos pequeños de personas que tienen visión muy corta, es un proceso de explotación destructiva que no es sostenible. Lo que pasa con la Amazonía es un micro cosmos de la gran crisis del planeta, que es el cambio climático global. Esto es gravísimo, sin embargo, los gobiernos no toman acción, están procrastinando una vez más. Me gustaría ver que en la COP20 los gobiernos del mundo firmaran un compromiso inmediato por la deforestación cero.